Invasión
Aléguele a Galo
El fin de semana pasado se quedaron en mi casa unos parientes cercanos que vinieron de Bogotá. Algo que debía ser motivo de alegría para mis papás (hacía mucho tiempo que no venían) terminó siendo un motivo de angustia y sufrimiento para ellos. Desde dos semanas antes estaban preocupados por dar la mejor impresión. La casa se limpió como pocas veces se ha hecho, se hicieron arreglos que estaban pendientes hace años, se organizaron nocheros, closets y en general todos los cajones que hay en la casa y se organizó todo para que la casa se viera reluciente. Eso sí, los regaños no se hicieron esperar. Cosas que normalmente no preocupan a mis papás los tenían al borde de la locura. Frases como "ustedes sí son desordenados", "los hijos de mis amigas mantienen todo arreglado y organizado (se nota que no ha entrado a sus alcobas)" o "ese baño de ustedes da asco", nos dijeron a mi hermana y a mí todo el tiempo. Luego vino la preparación del discurso, cómo teníamos que recibirlos, qué podíamos decir, qué no podíamos decir, si nos preguntan ________ qué tenemos que responder, si es mejor que mi tío se vaya adelante en el carro o que se vaya atrás, adónde vamos a llevarlos, qué vamos a comer, etc, etc, etc. Estábamos más preparados que los candidatos para los debates puesto que cada palabra, cada gesto, era crucial para mis papás.
Al final pasó lo de siempre. Mis tíos no notaron absolutamente nada de lo que se hizo en la casa, no notaron los muebles nuevos ni la decoración. Solamente se dieron cuenta de aquello a lo que mis papás no le prestaron atención. Mientras mis tíos estaban contentos, mis papás seguían sufriendo, haciéndonos caras a mi hermana y a mí por cada palabra que pronunciábamos y por la forma de sentarnos, pararnos, mover los brazos o pestañear. Cada que quedábamos a solas era como la charla del intermedio de un partido que íbamos perdiendo por errores de la defensa. Al final mis tíos se fueron sin decir mayor cosa de la casa o de nosotros. Mis papás pudieron por fin descansar y mi hermana y yo seguimos preguntándonos a qué se debía tanta paranoia. No entiendo por qué solamente cuando alguien se va a quedar en la casa es importante que la casa esté limpia y que todo esté ordenado. Tampoco entiendo esa manía de andar mostrando cosas que no son, cuidarse de todo lo que uno hace y dice para que la gente piense que uno es mejor de lo que realmente es. Sinceramente, sin tanto libreto las cosas habrían salido prácticamente iguales y nos habríamos ahorrado tanta angustia.
Al final pasó lo de siempre. Mis tíos no notaron absolutamente nada de lo que se hizo en la casa, no notaron los muebles nuevos ni la decoración. Solamente se dieron cuenta de aquello a lo que mis papás no le prestaron atención. Mientras mis tíos estaban contentos, mis papás seguían sufriendo, haciéndonos caras a mi hermana y a mí por cada palabra que pronunciábamos y por la forma de sentarnos, pararnos, mover los brazos o pestañear. Cada que quedábamos a solas era como la charla del intermedio de un partido que íbamos perdiendo por errores de la defensa. Al final mis tíos se fueron sin decir mayor cosa de la casa o de nosotros. Mis papás pudieron por fin descansar y mi hermana y yo seguimos preguntándonos a qué se debía tanta paranoia. No entiendo por qué solamente cuando alguien se va a quedar en la casa es importante que la casa esté limpia y que todo esté ordenado. Tampoco entiendo esa manía de andar mostrando cosas que no son, cuidarse de todo lo que uno hace y dice para que la gente piense que uno es mejor de lo que realmente es. Sinceramente, sin tanto libreto las cosas habrían salido prácticamente iguales y nos habríamos ahorrado tanta angustia.